En la vida se suceden distintos hechos que dan el pistoletazo de salida a cada nueva etapa. El paso de la escuela a la universidad podría ser uno de ellos, sobre todo si se va a vivir a otra ciudad como fue mi caso. Entonces aparecen en nuestro camino un nuevo hogar, nuevas amistades, nuevas materias, nuevos intereses, los primeros amoríos y la añorada ilusión por comerse el mundo e, ingenuamente, arreglarlo.

El segundo gran cambio sería la entrada en el mundo laboral que comporta saborear las mieles de la independencia económica (aunque no se vaya muy holgado a fin de mes). Además, las responsabilidades profesionales nos ayudan a crecer como personas y a aprender de verdad cómo se mueven los entresijos de nuestro oficio. Es en ese momento, es cuando te das cuenta de qué poco realistas son los profesores universitarios cuando hablan, por ejemplo, sobre el compromiso periodístico.

Cada uno de estos ciclos están formados por subciclos que se configuran a raíz de factores como un novio, un desamor, un nuevo círculo de amistades, otro trabajo o el descubrimiento de una afición. Y así cada uno va tejiendo su historia mezclando las decisiones personales, las circunstancias y las sorpresas del azar o las designios del destino o de un ser divino.

Cuando se cumplen 30 años uno siempre se pone nervioso. Es el momento de mirar atrás, de pensar qué se han hecho en estas décadas de niñez y juventud, si se ha llegado más o menos allí donde se esperaba y el momento de asentar cabeza y buscar la estabilidad profesional y personal. Sin embargo, las circunstancias locas de la crisis no nos lo están poniendo fácil a los de nuestra generación y todavía nos da más vertigo cumplir 30. Así lo expliqué en ¿Por qué este blog? Como excusa, nos hemos inventado aquello de que los 30 son los nuevos 25, del que yo soy una fiel devota.

Nadie habla de la crisis de los 30, pero esta década y sus inseguridades han generado muchas historias en la literartura, el cine y la tele actual. Pienso en series como Friends o Cómo conocí a vuestra madre; películas como Cuatro bodas y un funeral, Bridget Jones o Qué les pasa a los hombres o libros como Coses que et passen a Barcelona quan tens 30 anys (Columna, 2008) de la mallorquina Llucía Ramis.

Yo nunca he tenido la sensación de tener 29 años. Cuando cumplí 29 sólo pensaba en el día que cumpliría 30. Empecé a ver más canas en mi pelo y arrugas de expresión en los ojos; me di cuenta que las it girls del Cuore tenían entre 20 y 25, que las nadadoras del Mundial de Natación habían nacido en los 90 y que en las discotecas sólo había dos tipos de hombre: divorciados o jovenzuelos poco interesantes.

Mañana cumplo 30 años. En la universidad nunca hubiera imaginado que a esta edad tendría todavía tantos interrogantes y tantas dificultades para asentarme profesionalmente y encontrar un hombre que valga la pena, de aquellos que no les da miedo comprometerse y no busquen sólo sexo.

No sé cómo me sentiré cumplidos los 30, pero tengo claro que comenzaré esta nueva etapa viendo una de las películas que más me gusta y mejor sabe retratar este periodo vital: Beautiful Girls. Un largometraje que habla sobre nosotros, los treinteañeros, y no tiene desperdicio ninguno de sus diálogos ni de sus escenas.

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