Me presento. Me llamo Isabel Pi, aunque desde pequeña mis allegados prefieren la versión corta de Isa Pi. Mi apellido tiene sorna: mido 1’80. En catalán, Pi significa pino. Esta ironía del destino me llevó más de un disgusto en la escuela. Mis medidas también propiciaron dificultades para coordinar con gracia mi cuerpo y pocas habilidades en el deporte aunque, con el tiempo, he aprendido a enderezar mi torpeza. La tónica habitual es que sobrepase una cabeza a más de la mitad de los varones autóctonos. En definitiva, pocos hombres están a mi altura, tanto en sentido literal como figurado. De adolescente, tenía la esperanza de que el chico que me gustaba todavía no había hecho el estirón, ahora ya no albergo este tipo de ilusiones con los hombres.

Con 24 años, terminé la doble licenciatura en Periodismo y Filosofía. Viví un año en Oxford para mejorar mi inglés –decían que así me aseguraba un futuro-, mientras trabajaba de camarera en un college para pagarme la estancia y mis gastos personales. En septiembre de 2009, un año después de la caída de Lehman Brothers, desafié las leyes del capitalismo y los consejos familiares y me instalé en Barcelona.

Conseguí una beca para una agencia de noticias. Logro que pierde heroicidad si se tiene en cuenta que pagaban 600 euros, sin cotización a la seguridad social y mi jornada laboral apenas se diferenciaba de la de un redactor contratado. Sin embargo, el asunto duró poco. Un año después, con la beca expirada, no me renovaron alegando problemas financieros por la crisis económica. Había varios becarios dispuestos a sustituirme por un precio más competitivo.

Ahora vivo, más o menos, del periodismo. Como la mayoría de los que nacimos en los años 80, soy una mileurista a la baja, más por haberme decantado por una carrera de letras, aunque es un logro en los tiempos que corren de precariedad laboral hasta la jubilación, a menos de que seas uno de los directivos de Bankia o de cualquier Caja de Ahorros en quiebra o una it girl con un Instagram de ensueño.